A 7 km de la ciudad de Matagalpa, Nicaragua, en la comunidad de “El Carrizo”, vive doña Gregoria mejor conocida por los vecinos como doña Goya. Esta mujer de 72 años dio a luz a 2 hijas y a un hijo que le lleva la delantera, porque ya falleció. Doña Goya vive en su casa con su esposo, una de sus hijas, su yerno y tres nietos. Es socia ya dos años de la Cooperativa de Servicios Múltiples Tres Pinos R.L., que nació por iniciativa de los miembros de la comunidad apoyados por los proyectos de ADDAC, la Asociación para la Diversificación y Desarrollo Agrícola Comunal.
Cuenta que se involucró a los proyectos de ADDAC desde hace 6 años. Al inicio, antes de que iniciara la Cooperativa, ADDAC hacía los préstamos y doña Goya le servía de garante a su yerno para que sacara el préstamo, ya sea poniendo como prenda el fierro de los animales o las escrituras del terreno y de la casa.
Los primeros préstamos fueron de C$ 5.000 y C$8.000, “siempre y todo el tiempo hemos pagado a nombre de mi yerno; en otros proyectos los intereses son mayores y en ADDAC son muy buenas las ayudas, el plazo que esperan para pagar la deuda es una gran ayuda. Eso lo considero lo más importante, ellos no nos van a embargar la propiedad”, dice doña Goya.
Los préstamos servían para que su yerno y su esposo sembraran maíz y fríjol, pero la señora Goya tiene su propia actividad microempresarial: se ha dedicado a hornear pan. La historia se remonta por ahí de los años 1988. Inicia a partir de la muerte de su hijo que dejó una esposa viuda y tres niños huérfanos. Entonces, doña Goya con su gran corazón, buscó un medio para sostener a esta familia y ayudar a su nuera. Decide ponerse a vender cualquier cosa que se pueda. Cosechaba maracuyá de unos palitos que tenía en el patio, vendía los huevos de las gallinas que habían en casa y... hornaba pan. La nuera de doña Goya tenía una propiedad que estaba a cargo de un campesino. Transcurrido un tiempo, la nuera se fue, junto con dos de sus hijos a vivir de la agricultura en su terrenito, sembrando a medias con el campesino que la cuidaba mientras que Doña Goya se quedó con el tercero de sus nietos y con la “maña” de hornar el pan, después de tantos años, doña Goya dice: “ahora, aunque ya no esté mi nuera, si no horneo, me siento afligida”.
Cuando era jóven, su abuela fue quien le enseñó a hacer bizcotelas, pan y otros manjares, pero en ese tiempo, cuenta doña Goya, “ no tenía clientela a donde ir a entregar y tanteaba ahí a venderlo por el camino, subida en un caballo que recién se murió y que me había dejado mi hijo. ¡Tanto que me sirvió ese caballo, más de 20 años!-exclama-. Yo me iba a las escuelas y colegios, a la hora del recreo a vender por allá por Llano Grande. Los estudiantes ya me conocían - ¡véngase véngase para acá!- me gritaban, entonces les vendía a C$2 y C$3 las bizcotelas. Ahora voy a Matagalpa y vendo cada ocho días en “La Antorcha” la venta de ADDAC, en la pulpería San Jerónimo y lo que me sobra al señor y la señora Ángel en Guanuca. A la gente le gusta mi pan, dicen que es bueno pero no me da para abastecerlo y antes de regresar a casa el día de repartir el pan, me quedo en Guanuca comprando el quintal de harina, de azúcar, de margarina y la cajona de manteca para la siguiente hornada”, recuerda doña Goya.
En cada hornada ocupa 17 libras de harina, 1 libra de manteca, 2 libras de margarina NUMAR, 6 libras de azúcar y 3 docenas de huevos. El día que hornea comienza desde las 9 de la mañana y termina como a las 6 de la tarde. Su hija, que vive con ella, le ayuda a hacer el pan en el horno de leña y nos pusimo a sacar cuentas de cuánto ganaba de utilidad neta, “yo saco C$700 cada semana de lo que vendo el pan”, decía antes de que iniciemos el cálculo. A la utilidad de la venta le restamos el costo de los insumos, las horas de trabajo de ella y de su hija y el pasaje del bus para ir a Matagalpa a vender el pan. Los C$700 de ganancia se hicieron C$220. Cuando se dio cuenta, doña Goya comenta: “bueno, por lo menos me como tranquila ese pan, si no gano dinero más que sea me doy el gusto. Yo siempre dejo pan para aquí la casa y a mis nietos les hace falta. Cuando horno guardo hasta el domingo”, termina.
Cuando le pregunto sobre sus nietos, ella me dice que una sus nietas atiende en la pulpería de la Cooperativa y estudia Pedagogía en Matagalpa los sábados, y dice: “esta bueno que ella estudie para que no horne pan”, concluye.